La Mañana de Salzillo

Seguimos rescatando de nuestra hemeroteca nazarena magníficos artículos de gran carga poética algunos, de profundo conocimiento histórico y tradicional otros, que fueron suscritos por ilustres murcianos y foráneos admiradores de nuestro Viernes Santo. En todos ellos pueden descubrir ustedes algún matiz, algún síntoma de la esencia que sustenta “La Mañana de Salzillo”, dado que en sus palabras escritas se van perfilando las tradiciones, las costumbres y los sentimientos profundos de nuestra gente.

Hoy  les transcribo el artículo que en el diario La Verdad en 27 de Marzo de 1970 firmó D. Manuel Fernández-Delgado y Maroto.

“Bella estampa, este nazareno murciano “portaestantes”, mezcla de varón y mito. De abierta flor y estatua milenaria.

Heredado el puesto-desde el “cabo de andas” hasta el último “andero”- el hombre que agarra la mañana o la noche por la punta, y se la echa al hombro, con unos cientos de kilos y la lección tallada de la Pasión de Jesús, tiene en este paisaje barroco, que adaptarse, mimetizándose; haciéndose también, como él, aroma vegetal y curva retorcida. Adorno y reciedumbre.

El “capuz” de la túnica pierde aquí su geometría absoluta, para adquirir la aplastada forma de una enhiesta navaja, que rasgará, en el azul del cielo, una ventana, por la que los ángeles se asombren ante el dolor singular de la Semana Santa de esta tierra.

Cintas blancas a ambos lados de la cara, colgando, son nardos que el aire mueve, graciosa y suavemente, mientras bajo el “capuz” y porque mejor ajuste y empape los sudores del esfuerzo, un pañuelo de seda, multicolor y brillante, acaricia la frente y la cabeza, y se anuda en prodigio de artesano equilibrio.

Los rostros descubiertos, morenos de labores y sesteos. Ciudadanas y anacrónicas solapas- clavel en el ojal- sobre la túnica. Y una faldeta corta, bajo la que asoman, retorcidas, espumeantes y blanquísimas, las puntillas de una especie de sayas o de enagüas – “las nagüas”- que sirven de armazón.

Enfundando las piernas, las robustas piernas que habrán de caminar durante largas horas soportando el peso de los “pasos” o tronos, las medias de “repizco”. Una hermosa floración de color,  bordado en pájaros y flores sobre la albura entramada de las caladas medias. Una danza de rosales y mirtos, de jazmineros y alhelíes, rememoran los nazarenos, con su desigual balanceo, al portar las imágenes.

Parado el “paso”, los pies bien sentados sobre el adoquín de la calzada, y el cuerpo y las medias en vaivén amoroso, casi perdiendo la vertical y la ternura con el ímpetu.

En la cintura, sujeto por simbólicos cilicios, el “seno”, la curva impar y generosa, que oculta las ofrendas variadísimas, que el nazareno habrá de repartir a lo largo de toda su andadura. Desde la tierna haba al caramelo largo, envuelto en versos y en donaire, pasando por el andamio gastronómico del huevo duro y el pan, todo será risueñamente regalado.

Y luego las esparteñas. El calzado de cáñamos y espartos, atado, al pie, con altas cintas negras que se ciñen a las piernas en una teoría de rombos y de lazos.

El nazareno se ha hecho bella estampa aquí, pegado a la urbana geografía, en una extraña mezcla de color y perfume, de músculos y encaje. Cuajada de color- rojo, morado- arrastrando la noticia del barroco horizonte de estas huertas.