La Mañana de Salzillo

El poeta murciano Ricardo Sánchez Madrigal, aunque ingeniero de profesión, compaginó esta actividad con la dirección del diario La Verdad, como poeta y autor de obras de teatro. Ganó a flor natural en los Juegos Florales celebrados en el año 1877 con un poema dedicado a La Dolorosa de Salzillo, en el que, con sus rimas, narra la leyenda de la modelo que sirvió a nuestro escultor para tallar su famosa imagen, acusándola injustamente de infidelidad.

Transcribo aquí parte del poema a que he hecho referencia:

Por eso cuando al mediar

De Mayo el tranquilo día

En que Salzillo porfía

Locamente por hallar

El triunfo que tanto ansía,

Viendo que en salir se tarda

Donde preparada está

La mesa que ya le aguarda,

Y aunque el temor la acobarda

Por fin á avisarle vá,

Detiene medrosa el paso,

Y un punto vacila incierta

Junto a la entornada puerta

Que aquella vez por acaso

Dejó el escultor abierta.

Y serena , y sonriente,

Venciendo su turbación,

Se aparece de repente

Y le invita dulcemente

A dejar su ocupación.

Alzó Salzillo los ojos

En faz de sorpresa y susto;

Y ya con hondo disgusto

Iba a expresar los enojos

De su corazón, injusto,

Cuando por su pensamiento

Cruzó candente una idea

Que endulzó por un momento

Aquel cáliz de tormento

Que pronto apurar desea.

Vacila… Es un acto aleve.

Temblando sus fuerzas mide;

Mas la gloria es quien le mueve,

Su orgullo quien se lo pide,

Y a cometerlo se atreve.

Y en entrecortado acento

Que bien su ficción esconce,

Como el que expresa el tormento

De un amargo sufrimiento,

Así a su esposa responde:-

“Bien es que afecte, señora,

Paz y amor en el semblante,

La que se tornó, en mal hora,

De cándida esposa amante

En torpe mujer traidora;

La que faltando a la fe

Jurada al pié del altar,

Tan pronto olvidó que fue

La inspiración: que adoré

Con santo culto en mi hogar.

No os ofendáis, es en vano.

Tras ese ademán altivo

Y ese desdén soberano,

Más claramente percibo

Vuestro proceder liviano.

Ha tiempo que sé mi afrenta.

Ha tiempo que en la agonía

Que el corazón atormenta,

Por siglos mi dolor cuenta

Las horas que tiene el día.

Dudé…esperé…-¡pena ruda!-

¡Necesitaba dudar!

Mas con misteriosa ayuda

Las pruebas vine a encontrar,

Y ya no existe la duda.

¡Me ultrajais!¡ Bien! No me quejo,

¿Para qué este  oprobio más?

Al contrario, libre os dejo;

Porque de Murcia me alejo

Para no volver jamás.

Iré…¿Quién sabe?… a otra parte

Do ignoren mi deshonor,

Allí ahogaré sin dolor

Vuestro recuerdo, y el arte

Será ya mi único amor”.

Mortal, sin voz, sin aliento,

Como aquel que de repente

Viera en raudo movimiento

Desplomarse el firmamento

Sobre su espantada frente;

Dudando si lo que ha oído

Y tanto su honor mancilla,

Triste realidad ha sido

O puro engaño fingido

En horrible pesadilla;

Quedó la infeliz esposa

Que, en su turbación, no alcanza

Cómo volver presurosa

Contra la calumnia odiosa

Que sobre su honor se lanza.

Mas, repuesta, y cuando siente

Ascender la llama viva

De tal ultraje a su frente,

Se irguió indignada y valiente;

Que era noble y era altiva.

Probó en su defensa a hablar;

Mas conoció ser tan vano

Como querer contrastar

Con solo el esfuerzo humano

Las iras del hondo mar;

Que hay en el semblante airado

De aquel esposo que acusa,

El designio concentrado

Del que, en su razón fiado,

Toda explicación rehusa.

Recela una inícua trama;

Y al fin se rinde llorosa,

Venciendo en su alma angustiosa

Del pundonor de la dama

El corazón de la esposa.

Y con expirante anhelo,

Absuelta ya en su conciencia,

Alzó los ojos al cielo,

En busca del que es consuelo

Y amparo de la inocencia.

¿Qué podrá, débil mujer,

Sola en la aflicción presente,

Si su honor al defender

Protesta que es inocente

Y no la quieren creer?

Callar, volver al Señor

Su rostro en llanto bañado

Y en religioso fervor,

Triste, sin color, ajado,

Más hermoso en su dolor.

Dolor que éxtasis parece,

Que a Dios hace sonreir;

Porque en sus aras lo ofrece

El que inocente padece

Y se resigna a sufrir.

Así, en mística postura,

Cual modelada escultura,

Halló alivio en la plegaria

Que de su alma solitaria

Voló del cielo a la altura.

Y cuando el rezo acababa

Y al suelo bajó los ojos

Que un mar de llanto inundaba,

Absorta vió que de hinojos

Salzillo a sus piés lloraba.

“¡Perdón!- la dijo-¡Perdón,

Mi bien, sí, traidor y osado,

Con funesta obcecación,

La dulce paz he turbado

De tu hermoso corazón!

Yo anhelaba noche y día

Mirar un dolor presente

Para el dolor de María,

Que fijo y claro en mi mente,

Siempre ante mi mano huía.

¡Qué amagas horas pasé!

Confuso y avergonzado,

Ni aún a ti te confié

Cómo mi orgullo humillado

Hizo vacilar mi fé.

Tú el suspirado modelo

Brindaste a mi inspiración;

Y, a ver cumplido mi anhelo,

Pude remontarme al cielo

En alas de mi ambición.

¡Ven! ¡Contempla ese portento!

-No me ciega el frenesí

Que ante su belleza siento:

La virgen en su tormento

Debió de llorar así”

Y el diseño le mostraba

Donde con febril ardor,

Y ante el dolor que buscaba,

Trazó mientras ella oraba

Los rasgos de aquel dolor.

“¡Cálmate pues! ¡Más no llores!

Tu llanto mi gloria abona;

Porque a premiar tus dolores,

Será cayendo en sus flores,

Las perlas de mi corona.

 Mas ¿que fatal extravío

Así mi razón domina,

Que aplaudo mi ardid impío

Porque el pensamiento mío

Humo de gloria fascina?

¡Desprecia al hombre cruel

Que con meditada calma

Y sólo a su orgullo fiel

Ganó, torturando un alma,

A su corona un laurel!

¡Vana corona ilusoria!

Red de esperanzas divinas

Que, en prenda de alta memoria,

Entre laureles de gloria

Ciñes punzantes espinas!

No iré más con ansia loca

Tras sus laureles de hinojos,

Si han de arrancar sus abrojos

Un suspiro de tu boca

Ó una lágrima de tus ojos;

Que de laurel más fecundo

Otra corona no ansío

Para mi gloria en el mundo

Que la del amor profundo

Que unió tu ser con el mío”.

Y a su rigor inhumano

Pidiendo olvido clemente,

La atrajo a sí dulcemente,

Y un beso estampó en su mano,

Otro en su pálida frente.

Y ella, trocando en gozoso

El llanto de su tristeza,

Y ansiando dicha y reposo,

Sobre el hombro de su esposo

Dobló la gentil cabeza.